ENTREVISTA A KATHERINE HRDALO, EN LA NOCHE ONLINE
Inaugura "Origen", el martes 23 de septiembre a las 19.30 hrs. Una retrospectiva de 50 años, en la Casa Autónoma, Arte y Cultura, de la Universidad Autónoma, Europa 1970, con Pedro de Valdivia, Providencia.
“MI PINTURA ES SINTIENTE. LO QUE PINTO LO SIENTO”
“Creo que todo está regido por un plan superior divino, que existe un creador omnipotente y que el Universo no se concibió solo. Creo en Dios y que existe una fuerza, una energía y el poder de algo inmensamente grande y desconocido, que tiene un pulso permanente en la naturaleza dentro y fuera de nuestro ínfimo Planeta Tierra, que no es más que un insignificante puntito dentro del cosmos. La base de mi pintura está inmersa en esa potente e indómita naturaleza, porque somos parte de ella, de la que podemos cuidar, cultivar o destruir. Sin embargo la naturaleza siempre se vuelve a rearmar, después de un incendio por ejemplo, luego de una erupción volcánica la tierra vuelve a emerger con una fuerza tremenda y así hacer renacer nuevamente los brotes de lo nuevo y empezar la renovación”.Por Jaime Piña
La naturaleza con su crudeza es una poderosa musa en Chile, está permanentemente a la vista manifestando su pulsión. Cuando tiembla, los chilenos calibramos su magnitud sin miedo, estando entre edificios o en medio de la montaña con rocas a punto de caer, nos adaptamos al cataclismo. De alguna manera el vórtice de la poesía, la pintura y de nosotros mismos es cataclísmico. Para Katherine eso nunca fue ajeno, ni en su infancia de montaña, ni en su vida citadina, menos en su periplo por el sur cuando habitó una casa embrujada en lo alto de un monte rodeada de bosque nativo, relata:
“…viví en la punta de un cerro, desde ahí veía el mar y las islas, en la casa que habitó un brujo, donde experimenté situaciones y sensaciones paranormales, que para alguien que venía de Santiago, se supone podría tener una visión más aterrizada, me encontré con un mundo atrapante, donde las supersticiones se hicieron realidad”.
UN MÉDICO EN SEWELL
Su abuelo Marcos Hrdalo Maric, nacido en Dubrovnik, llegó con dos de sus hermanos a establecerse en Buenos Aires, a fines de 1800. En la residencial donde se hospedaba, vio la foto de una bella joven que vivía en Alemania, sobrina de la dueña de la residencial. Su abuelo se flechó al instante, su nombre era Kathe, prosigue:
“Cartas de amor iban y venían, trasladadas en los vapores de la época. Al poco tiempo mi abuelo viaja a Alemania, pide su mano y se casan. Nacen del matrimonio dos hijos, Leonor y mi padre Enrique”.
Pasado unos años, su padre y familia, junto a dos tíos, hermanos de su abuelo, arriban a Magallanes, radicándose en Punta Arenas. Ahí fundan el diario El Magallanes y la imprenta del mismo nombre. Su padre Enrique, cursó todos los estudios en el Liceo de Punta Arenas, para posteriormente estudiar medicina en la Universidad de Chile, en Santiago, relata Katherine:“En la facultad conoce a mi madre Josefina, con quien se casa. En 1942 mi padre entra a trabajar a la Braden Copper Company, como médico director del Hospital de Sewell, lugar donde nos trasladamos a vivir y yo llego al mundo. Mi hermano Enrique, nace antes en Santiago. Toda mi vida de chica transcurrió en Sewell, marcándome profundamente”.
Ahí nace su fascinación por la montaña, Sewell entero fue su patio de juegos, se convierte en exploradora, geóloga y recolectora de tesoros pétreos, comenta:
“Ver brillar las rocas en los atardeceres con sus distintos colores y brillos, fue un gran tesoro para mí. Me sentí millonaria al descubrir la Pirita de hierro, una piedra con toques de oro brillantes, después supe con decepción que lo llamaban el oro de los tontos. Guardé silencio, porque para mí seguía siendo una joya”.
Katherine realiza sus estudios completos en Santiago, así como la Licenciatura en Arte en la Universidad de Chile. Aprovechando los períodos de vacaciones, siempre vuelve a Sewell o a Coya, una localidad cerca de Sewell, con un microclima maravilloso entre montañas.Tiene tres hijos, el mayor psicólogo, el segundo ingeniero civil industrial mecánico y su hija menor editora, letrada en literatura inglesa.
GRACIAS A LA AUTÓNOMA
Nombra “Origen” a su exposición, ya que es una retrospectiva de 50 años, donde muestra todos sus procesos, desde los inicios más incipientes como alumna de la Universidad de Chile, hasta su obra reciente. Este montaje fue un enorme desafío, porque nunca había realizado algo similar en Santiago. La exposición Surge de una propuesta de la Universidad Autónoma en enero de este año, quienes la invitan a realizar esta muestra, comenta:
“Estoy muy agradecida de la Universidad Autónoma, por haberme escogido para hacer esta retrospectiva, sobre todo a Jorge Berríos, su gestor cultural, porque me ha abierto un camino que jamás imaginé se me fuera a dar. Lo valoro, porque han sido tremendamente generosos conmigo, así como con tantos artistas que han participado exhibiendo sus obras en la galería de la Casa Autónoma de su universidad, que promueve la cultura en Chile”.
EL TENIENTE
Su vida en Sewell a montaña viva, la marca de pies a cabeza, desarrollando un sentido especial por las rocas y sus configuraciones. Según cuenta la historia de El Teniente, cuando llega el ingeniero William Braden a la incipiente mina, se sienta frente a la montaña largas horas y de pronto como una revelación, aparecen ante sus ojos las vetas de cobre y en medio de la visión dice, “aquí está, lo veo”.
Es entonces que Braden reconoce el mineral y adquiere las pertenencias en 1902, dos años después funda en Nueva York la Braden Copper Company y comienza la explotación en 1906, construyendo el campamento Sewell para los mineros. Después, en 1910, los hermanos Guggenheim toman el control de la Braden Copper Company, convirtiéndose en los dueños de la mina El Teniente, lo que induce a la renuncia de William Braden. En 1916 la Braden Copper Company se convierte en la filial de la recién creada Kennecott Copper Company, la que luego de una larga explotación, es vendida al Estado chileno en 1971, para la Nacionalización del cobre. La fortuna invertida y gastada en Estados Unidos, con los ingresos del cobre por décadas, permitieron la construcción del Museo Guggenheim, entre otras millonarias inversiones.Originalmente Sewell se llamó Cerro Negro, después la bautizaron con ese nombre, por Barton Sewell, un inversionista y expresidente de la Braden Copper Company quien apoyó la iniciativa minera en Chile, sin nunca haber visitado el país.
UN PÁJARO Y LOS CANTOS GREGORIANOS
Volviendo a la casa embrujada del sur, en la que Katherine vivió 23 años, construida al lado de un cementerio en 1879 y lugar donde murió un brujo de apellido Almonacid, habitualmente aparecía el pájaro Diucón, un ave de penetrantes ojos rojos que, extrañamente todos los días golpeaba con su pico la ventana de la cocina. Como el lugar era grande, para evadirlo, Katherine se iba a otras habitaciones de la casona, comenta:
“Como me seguía a todas partes, decidí entablar un diálogo con él, me dí cuenta y supuse por las habladurías del lugar, que era el brujo fallecido, lo llamé por su nombre, don Abelardo Almonacid. En ese vínculo le conversaba y comencé a poner cantos gregorianos para que se tranquilizara, lo que surtió efecto”.
El pájaro obnubilado por los cánticos, se quedaba estático mirándola y así dejó de golpear los vidrios, siempre ante su presencia fue apaciguando su convulsionado espíritu. Los lugareños decían que este brujo fue un ser extraño, algo huraño en vida. Sembró de hijos naturales la comarca del cerro Piedra Azul, decían que por las noches salía a volar con el “MAKÜÑ”, –que en palabra Huilliche, se traduce en una manta o poncho confeccionado con piel de mujer, hilada con cabellos humanos–, proporcionándole al brujo la facultad de volar y volverse invisible al ojo humano, o transformarse en pájaro o animal. Fueron años en los que Katherine se integra a toda la mitología chilota.– ¿Eso tuvo un correlato en tu pintura?
Sí, hice una obra que llamé “El Conjuro” y que presento en ésta muestra.
LA MONTAÑA DE SU INFANCIA
Volviendo a Sewell y sus particularidades, era un lugar donde nada crecía, ni una brizna de pasto, no tenía calles ni autos, solo un sinfín de escaleras.
La lluvia era escasa en invierno, solo la nieve cubría las montañas con su manto y en verano el clima árido hacía estragos, cuenta:“De niña corría por las escaleras, me arrancaba al río y como era buena para escalar, subía los cerros. Prácticamente fui hija única, porque mi hermano estudiaba en Santiago. Había un centro de esquí bien artesanal, nunca aprendí a esquiar, se usaban esquís de madera, subías con raquetas bajo los zapatos. Lo único extraño y que me fascinaba, era andar en patines entre las escaleras, teníamos una diminuta pista donde correr. Mi momento favorito del alma, era cuando en las noches caían silenciosamente los copos de nieve, produciendo un sonido que solo la nieve hace. Caían dos metros en una sola noche, tapando ventanas y puertas, dejando las casas bajo su manto blanco”.
Fue una niñez íntima y solitaria la de Katherine, marcada por la timidez, lo que le permitió desarrollar un rico mundo interior. Su casa estaba incrustada en el cerro, se entraba por el segundo piso, ahí quedaba la cocina, el living y el escritorio, bajando al primer piso estaban los dormitorios. Cuenta:
“Había una pieza misteriosa donde funcionaba la caldera, que tenía una puerta conectada al cerro, a la roca viva, que al prender la luz se divisaba un leve túnel que se perdía en la oscuridad de las estribaciones del cerro, imaginando que en cualquier momento aparecería un tren. De chica se convirtió en mi lugar favorito, me quedaba ahí horas de horas con la luz prendida, mirando el roquerío, llamándome la atención el colorido de las rocas de cobre con su verde viridián, por efecto del oxígeno. Me encantaba el olor a piedra seca y húmeda, era atrapante”.
LA DIOSA DE LA MINA
Si hablamos de 1920, el minero era muy señorial, se vestía de traje, terno, corbata, sombrero y circulaba por Sewell. Incluso los trabajadores de pala y picota usaban traje en las faenas, no existía aún el uniforme de obrero, hay registros posando con sus trajes sucios, gastados de semanas.
En un principio no se utilizaba casco, después vino la normativa de seguridad del uniforme, el calzado duro, el chaleco reflectante y el casco. En tiempos que la mujer no podía entrar a la mina, porque la “Lola” se ponía celosa.– ¿La Lola?
– Claro, la diosa de la mina. Pero en el fondo era porque los mineros trabajaban turnos interminables y no veían mujer alguna, se ponían nerviosos y alteraban sus labores a veces produciéndose derrumbes. Cierta vez, en época de prohibición para las mujeres, una prima entró disfrazada de hombre. Con sendos bigotes y sombrero, se aprontó a entrar camuflada en un grupo y los mineros quedaron extrañados, porque comentaron que era un minero particularmente bonito, pero como no dijo una palabra, no hubo derrumbe y pasó piola. Yo entré de grande, cuando la mina de abrió al turismo y fue una de las cosas más fascinantes que jamás haya experimentado.
– ¿Estuviste toda la básica en Sewell?– No, no estudié ahí, estuve hasta los cinco años. Mi mamá se vino a Santiago y aquí estudié junto a mi hermano. Mi papá viajaba todas las semanas a vernos. Eso fue una pena, porque no viví con una rutina de familia, con papá y mamá juntos, siempre viví con mi mamá en Santiago o con mi abuela y después me fui a vivir con una tía, porque mi mamá decidió volver a estar con mi papá, ya que eran muy unidos. Tuve muchas instancias de cambio, hice más de veinte mudanzas en mi vida. Pero mi paso por Sewell fue muy feliz, me marcó.
– ¿Finalmente los minerales, las rocas y la montaña influyó en la estética de tu trabajo?– Sí, definitivamente, siempre fui una compulsiva coleccionista de piedras. Tengo ese afán de buscar piedras en el mar o cuando voy al Cajón del Maipo, incluso se me rompen los bolsillos por la cantidad de piedras que recojo. He pintado acuarelas con las piedras, raspándolas con agua se lograban unos tonos maravillosos. Siempre me han llamado la atención las oquedades de las montañas, las grietas y las estribaciones, título de la última serie que hice.
– ¿Qué son las estribaciones?– Son las ramificaciones, las vetas, las capas geológicas o estrías que se producen en la montaña. Cuando voy al Cajón del Maipo, producto de la erosión y el tiempo, se observan las vetas y estribaciones, que son horizontales. Siempre he sentido que la montaña es un ente vivo. He tenido etapas en mi vida, que me he dedicado a partir piedras, así como cuando uno parte una perla y se encuentra al centro con el granito de arena, que hizo que la ostra con su lagrimeo, haya tratado de deshacerse de ese granito de arena cubriéndolo de nácar. Si tú partes una piedra Cancagua, adentro hay un mundo nacarado de verdes y azules. Con esto de abrir piedras me he sentido poseedora de secretos que poca gente conoce. Quise estudiar geología en algún momento, pero finalmente fui abducida por el arte. Me llama la tierra, he pintado con barro, es parte de mi esencia.
– Es impresionante pensar que esta materia no es solo parte de la Tierra, sino que es parte del Universo.– Vivimos en un planeta que gira alrededor del Sol, que su magma es el motor del fuego ardiente permanente, que funde y expande. Como el nacimiento de las islas y de los volcanes, que brotan. Creo firmemente que la Cordillera de los Andes es un ente vigilante, el gran vigía del paso de la humanidad, nuestro cordón de fuego latinoamericano. Nosotros tenemos lo más identitario y representativo de la cultura precolombina, que es la Cordillera de los Andes. Como seres humanos somos seres pasajeros, no duraremos nada en la línea del tiempo, pero la cordillera seguirá viviendo cambios y mutaciones. Siento que somos efímeros, en el fondo nuestra trascendencia está en nuestra descendencia, en las cosas que nos dieron sentido acá, lo que aportamos y dejamos.
– ¿Cuándo empieza la pintura en tu vida?– Desde que tuve uso del lápiz siempre dibujé, lo hacía por horas, de horas, de horas, sola. Tenía cuadernos y cuadernos de historietas. Siempre fui muy fantasiosa e imaginativa, hice miles de historias con relato y diálogos, de Susi y Renato, dos primos maldadosos que hacían cosas espantosas y como yo era bien portada, mi alter ego hacía todas las maldades que quería a través de los dibujos.
– ¿Con esas burbujas?– Sí, se llamaban flipsharts. Un tiempo trabajé en publicidad y teníamos que hacer estos cuadraditos con la nube arriba.
– ¿Fuiste lectora de cómics y revistas?– Mucho, me devoraba como todos, las revistas de Pato Donald, los tribilines, el Condorito, etcétera, de repente veía el Pepe Antártico y sus piluchas, que leía un primo y que para mí era el secreto máximo. Estamos hablando de mis 12 años. También recuerdo que mi mamá me metió a un taller de verano como a los 8 años, con Dinora Doutchitzky, una gran grabadora de la Universidad Católica. Estuve junto a otros niños todo un verano, creando y pintando al aire libre con Dinora. Los materiales que usamos eran sencillos y básicos, solo cartón y témpera. Me encantaba porque eran materiales accesibles, trabajar con austeridad fue algo que me quedó y que he replicado en mis clases a niños y adultos.
– ¿Cómo fue ese período de la Prueba de Aptitud Académica y tu ingreso a arte?– En ese tiempo no existían los preuniversitarios, ese año, el 75, quedé en pedagogía en la Universidad de Chile de Valparaíso y por motivos de salud volví a Santiago. De ahí internamente, entré a la escuela de arte de la misma universidad en Las Encinas.
– Tú perteneces a la generación del 80. Tiempos que estaba restringida la existencia. ¿Cómo sobreviviste?
– Aunque había una necesidad imperiosa de abrirse, andábamos todos asustados mirando para el lado con quien te podías encontrar, hubo mucho cuidado en eso. La gente se reunía para callado en fiestas o reuniones, pero no hablabas con todo el mundo, era todo muy cuidado. En mi paso por la escuela, tuve los mejores profesores de la vida, César Osorio, Rodolfo Opazo, Sergio Sosa, Gonzalo Díaz, Adolfo Couve, Jaime León, Ximena Cristi, Julio Palazuelos, Eduardo Garreaud, Luis Advis, Margarita Schultz, Rebeca León, Rosario Letelier y Milan Ivelic, entre otros. Fue genial, viví los años más brillantes en cuanto a enseñanza y aprovechamiento de todas esas instancias. Tuve muy talentosos compañeros de curso que se han destacado mucho, como Jorge Tacla, Roberto Geisse, Matías Pinto D’aguiar, Guillermo Muñoz Vera, Samy Benmayor, Sergio Lay, Omar Gatica, Ismael Frigerio, Bororo y Enrique Zamudio, entre otros valiosos amigos. Me acuerdo que Samy Benmayor fue uno de los más rupturistas de la escuela, instauró el arte a gran escala, con formatos inmensos, de dos por dos metros y medio y más. Los llevaba a la escuela caminando por la calle, salía como a las cinco de la mañana de su casa para llegar a clases. Fue una época muy enriquecedora. Sin embargo yo era quitada de bulla, muy tímida, no entraba casi nunca al casino.
– ¿Cuál fue tu obsesión? ¿lograste cruzar el puente?– Aunque me iba muy bien en pintura y dibujo, estuve perdida en el espacio, tuve una crisis de vocación y como tal, fui una Bob Esponja, absorbiendo todo lo que me entregaban los profesores. De igual modo, sentí que me faltaba algo, me preguntaba, ¿en qué voy a ganarme los morlacos? Pensé que se me había pasado el tiempo para haber estudiado aparte pedagogia, ¿qué hago?
– ¿Qué cruzó por tu mente?– Estaba llena de preguntas para lograr la conexión entre tanta información circundante, ¿dónde está el eslabón de lo que uno ha recopilado en la escuela? con esta nueva visión, que es transgresora, en la que no estoy, no quepo. Entonces, empecé a estudiar más y a observar lo que se estaba haciendo alrededor mío, de artistas mayores, más experimentados y me dí cuenta de los muchos mundos anteriores a mí y los fui investigando. Viajé y visité otros lugares, estuve en Italia, en el Museo de los Informalistas, el Palazzo del Quirinale se llamaba. Conocí el arte de los franceses, los españoles y entonces se me fue abriendo el mundo de los conceptos y que el arte no es solamente lo visual, lo figurativo o la técnica que has llegado a manejar. Me fui llenando de información, de lo que he vivido y de lo nuevo que he empezado a explorar. Decidí enseñar lo que sabía y creé “La Casa Negra” en Puerto Montt y comencé a dar talleres a niños, adultos y a adultos mayores, talleres académicos y creativos de exploración con materiales.
– En el Chile de los 80, como dijo Diamela Eltit, hubo una censura a los decires, a la palabra, generándose un lenguaje críptico, codificado, para burlar a los censores, convirtiendo el arte en arte conceptual, cuando en el mundo sucedía el expresionismo abstracto. Fue importante y el arte se consagró a lo político, pero hubo diferencias para que no fuese ideologizado, porque el arte si bien podía ser político, no debía responder a ninguna ideología. ¿Tomaste alguna posición?– No me abandericé, no entré en una posición crítica o política ni rupturista, me mantuve como vigía al margen. Tuve muchos compañeros de curso que se fueron por esa vía. También me di cuenta que viví mucho tiempo en una burbuja, no tenía pensamiento político, siendo parte de una familia de derecha. Recién se me abrió el campo visual y de pensamiento propio cuando entré a la escuela de arte. Ahí conocí otras realidades completamente distintas y comencé a tener mi propio pensamiento a nivel social, análisis crítico y autocrítico. Cuando egresé me fui a vivir a los bosques del sur, a Puerto Montt, en la Carretera Austral y me quedé con lo superior al margen de lo ideológico, conectándome con el ser, con la tierra y a sentir este paisaje intenso, fuerte, que era más encantador.
– Hablemos de la exposición. ¿Está transversalizada por un espíritu común?– El espíritu común fue el ser permeable al lugar donde habité. Acontecimientos que explican el origen de mi pintura, en el sentido de que si nací en la cordillera, crecí en la zona central y después viví en el sur, esto constituyó un hilo conductor que me llevó a centrarme en la naturaleza, tanto en las cordilleras del norte, las salitreras, la zona central y todo lo volcánico cordillerano del sur, los bosques, los incendios y las devastaciones. Toda la fractura del paisaje. Está lo telúrico, marcado por un paisaje expresionista figurativo, que es abstracto a la vez y que representa justamente nuestro suelo, nuestro origen, nuestra corteza, nuestro paisaje. Tampoco he sido indiferente a los bosques, a las aguas del sur y al inmenso océano de la zona central que nos pertenece.
– Como la voz de los sin voz, ¿eres la voz de la naturaleza?– Yo creo, no sé. Mi pintura es un ser sintiente, el espectador lo verá, no es una pintura decorativa, lo que pinto lo siento. No he pintado jamás por foto, me va naciendo. Puedo decir, mira esto, son los meandros o las marismas de piedra azul o un volcán en erupción que he visto, pero lo tengo todo aquí adentro. Lo mismo la figura humana, soy de retener mucho en mi interior, en mi memoria y eso me lleva a sensaciones, a ratos es una pintura sensorial. Es curioso, porque cuando pinto lo hago como escuchando un mantra. O sea, si inicio una obra escuchando un tipo de música, tengo que pintar todo el tiempo con esa misma música. Es súper extraño, si me cambian de música, se me va la fuerza.
– ¿Crees que ha tenido sentido dedicarse al arte?
– Creo que si naciera de nuevo volvería a ser artista, porque siento lo que hago, trabajo con el alma. Ser artista es una forma de conectarse con uno mismo, así como los escritores que plasman su sentir escribiendo poemas y novelas, para mí el arte es una forma de exploración, de manifestación, de expresión, de comunicación, de catarsis, donde me hundo y me levanto. Nunca me he adscrito a tendencias ni a corrientes, siempre me he sentido libre en el acto de crear. Es un diálogo conmigo misma, que después, claro, si se expone, será el espectador quien le dé sentido a la obra según cómo le llegue. Me ha servido al hacer clases, porque he sentido la necesidad de enseñar a otros a descubrir sus propios talentos. Hacer clases me llena, es lo que sentí me faltaba en la escuela y por Dios que le hace falta al ser humano nutrir su alma. Porque el pintar, dibujar, escribir, componer música, bailar, hacer teatro, todo lo que la cultura nos da, tiene que ver con el aprender a integrarnos como seres humanos.
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