RICARDO GARCÍA / REVISTA LA NOCHE 108 / Por Cristián Díaz O’Ryan

LA VOZ DE LA RESISTENCIA
Por Cristián Díaz O’Ryan / Fotografía: Memoria Chilena

Quizás podría resultar normal que, a la distancia del tiempo, un nombre como el de Juan Osvaldo Larrea García permanezca hoy oculto en un injusto silencio. Mismo hecho que, sin embargo, no se replicaría de igual manera si se tratase de Ricardo García. Ello debido a que cada vez que éste último es pronunciado, en su evanescencia, un murmullo persiste para recordar, a quienes aún saben escuchar, las voces que alguna vez vitorearon su nombre. Realidades opuestas, sin duda. Pero, ambas retratan la vida de un mismo individuo: primero, esposo y padre de familia; y, segundo, a quien fuera un personaje fundamental de la música chilena.
Así, en el tiempo en que la radio todavía permanecía incólume ante la televisión; o, cuando el reinado de los discjockey no presagiaba su ocaso ante las listas de reproducción. Este hombre amante de Vivaldi y la pintura medieval, investido de un seudónimo, no solo tuvo el arte necesario para ser reconocido como uno de los conductores radiales más importantes de ese momento; sino que, a su vez, cual hidalgo acompañado del juicio y de la voz, emprendió una dura cruzada por identificar, difundir y defender a la música chilena.
En consecuencia, quien sucediera a Raúl Matas en Discomanía, a lo largo de su carrera fue capaz de introducir, en una programación cargada de temas “pegadores”, lo que él consideraba como buena música. ¡Y vaya claridad que poseía para juzgarla! No por nada García fue uno de los que reconoció en vida aquella verdad que se escondía en aquel canto distinto y desconocido de Violeta.
Inexorablemente, esa claridad lo arrastró del reconocimiento al compromiso. Así, no titubeó para ser crítico con la música, con su oficio y, mucho menos, con el medio que lo rodeaba. De esta manera, es común leer en entrevistas y escritos sus reflexiones en torno a la alienación que rodea a la música comercial y la necesidad de que los medios de comunicación tomaran conciencia de su rol político y social. Y, justamente, en el cumplimiento de este deber, es donde obtuvo mayor relevancia su nombre.
Por consiguiente, cuando en 1969 organizó el Primer Festival de La Nueva Canción Chilena, Larrea no solo consiguió darle un nombre común a un grupo heterogéneo de músicos, sino que, en su unidad, dio a conocer la importancia de adquirir un compromiso político en la música. Ya que, como bien decía, en un tiempo donde “había lugar para todos los temas, excepto para hablar de la desigualdad social, la justicia, la explotación”; una voz logró salir del silencio, y, en forma de canto, expresar el sentir de un pueblo.
Y si Ricardo García no se cansó de afirmar a esta canción cuando otros la despreciaban y negaban; tampoco dudó en defenderla de quienes quisieron anularla. Así, acontecido el golpe militar y establecida la dictadura, en el momento en que muchos nombres fueron borrados y sus instrumentos exiliados; quien fuera un exitoso comunicador tomó su pala y comenzó a cavar. Al costado de un tronco caído, puso, entonces, a un retoño. Pero no uno cualquiera, sino de madera dura y resistente: un alerce, árbol noble, que se plantaría con firmeza ante los embates de la inclemencia.
Así nació su mayor legado, el Sello Alerce, casa discográfica que desde 1975 rescataría del silencio a toda la música que no tenía lugar en el régimen. A esa “otra música”, la que se resistía a la dictadura. De esta manera, artistas como Congreso, Fulano, Santiago del Nuevo Extremo, Schwenke y Nilo, entre otros, encontrarían ahí el espacio para pronunciar su voz; y, junto a ellos, llegaría un público que buscaría en ella una esperanza. Como el resultado del ingenio de un hombre, este proyecto logro pervivir, junto a su canto, a la violencia de la censura. Aunque, lamentablemente, ya sin su creador.
Como si el esfuerzo de esta lucha hubiese desgastado su vida, el 2 de junio de 1990, Osvaldo Larrea fallece después de ver a su país nuevamente en democracia. La voz de uno de los locutores más reconocidos se extinguió, pero en su eco, aún vibra la obra de un hombre comprometido con su pueblo, su canto y su libertad.


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