ENTREVISTA AL PERIODISTA DAVID PONCE


“LA FORMA DE HACER MÚSICA POPULAR EN CHILE ES A PESAR DE LOS MEDIOS”

Por Jaime Piña

Trabaja en radio a dos bandas, con Miguel Davagnino en las emisiones de “Nuestro Canto” por ADN y con Antonella Galarce en el programa “Hasta la raíz” por Radio Usach, aparte de eventual invitado del podcast La Franja que conduce Paula Molina. David Ponce es periodista, reseña además discos chilenos aquí en “La Noche” y, si de escribir se trata, entre el año pasado y éste ha trabajado en cinco libros sobre música. Colaboró en “El niño de la calle San Diego”, del cantor Nano Acevedo (2018, Cantoral) y en “Wurlitzer”, del antologador y poeta Jorge Montealegre (2018, Asterión). Publicó luego “Lucho Gatica cuenta el bolero” (2018, Cuaderno y Pauta), con el que inició una editorial propia, y “Silvia Infantas - Voz y melodía de Chile” (2019, Hueders/SCD), junto con participar en “Fome” (2019, Libros del Pez Espiral), alusivo al disco de igual título de Los Tres, mientras termina de editar un próximo libro de largo aliento sobre la historia del sello Alerce.


Tienes una editorial, a partir de este libro de Lucho Gatica. ¿Cuál es el paradigma ahí?

– Música en libros. Hay una cantidad de información sobre música chilena que amerita ser sabida, y el formato de un libro permite explayarse, así que era cuestión de tiempo autogestionar una editorial personal. La intención es sustentarla a partir del interés que generen los libros, pero el origen es una apuesta personal, a partir del entusiasmo por el periodismo escrito.

¿Cómo te metes en la música, cómo tienes esa inquietud? ¿Se la podría llamar una vocación de cierto servicio social?

– Vocación seguro que es, aunque más la llamaría vocación por informar. El género periodístico que me interesa de hecho es el informativo. Es un interés por dar cuenta de algo, por referir. Eso es lo que me parece siempre urgente. Sobre todo en un tema como éste, en el que hay tanta música en Chile de la que dar cuenta. 

Me refería a que eres testigo de esta proliferación en música, en la que están depositados sueños, proyectos, inversiones, y muchos son muy buenos pero no llegan a ninguna parte o se pierden en el rumbo. Pero tú eres consciente de esa producción y dices “me voy a hacer cargo de lo que pueda”, desde el punto de vista que dices, de la información.

– Sí, aunque lo importante es la música, más allá de quién tome nota de ella. Si por último estoy encargado de hacer algo, no es tanto en función de los músicos como del público. Soy periodista y se supone que trabajo para que la gente lea o escuche, se entere y tenga al menos la opción de conocer o bajar una canción, o un disco, o ir a un concierto. Pero también es importante lo que dices sobre la música que “no llega a ninguna parte”, porque creo que ya es un triunfo hacer una canción, o un disco, y más todavía publicar esa música en un país tan ingrato para dedicarse a eso. Hay una riqueza ahí. Aunque es verdad que falta generar el nexo con la audiencia.

¿Crees que falta un eslabón? ¿Que tu país quiera un poco más a los músicos? Si fuera así, ¿cuál crees que es?

– Si faltan eslabones en la cadena creo que uno es el de los medios de comunicación. Porque está la mayoría de los actores. Existe la creación: hay gente haciendo la música. Hay soporte técnico: esa música está siendo grabada. Está el circuito: hay escenarios donde ir a ver música en vivo. Pero creo que podría sonar música chilena más diversa en la radio. Ni hablar de la televisión. Para imitadores hay programas de horario principal en la tele. No para quienes hacen música original.

He pensado en eso, en que hay un constructo medio artificial, moldeador de audiencias, que pertenece al mainstream, a un punto comercial más amplio. Pero hace un tiempo alguien me hizo ver que finalmente la historia de la música, o de la cultura popular, siempre ha estado en el underground. Uno puede decir “no está pasando nada” porque no está en los medios, pero está pasando todo, sólo que de forma subterránea. 

– Es bueno ese supuesto, porque en términos de audiencia por supuesto que es importante que esa música genere industria, pero existe desde ya un trabajo no desdeñable por el hecho de no ser más “famoso”. Ahí la “famosidad”, si hay que inventar esa palabra, se transforma en un accesorio, y bastante odioso, porque permite descartar un montón de música por el simple hecho de que no sea “exitosa”.

Si valoramos el underground como el lugar donde está sucediendo todo, ¿habría que fortalecer el underground, con algo como grandes festivales, una industria, un sello? 

– Sí, pero un tema interesante es que esa dualidad entre underground y visibilidad está desplazada del lugar que ocupaba hace veinte años. Si antes los éxitos musicales eran determinados por las compañías de discos, la prensa, las radios, ahora las herramientas están en Internet. La gente que está haciendo trap en Chile es el mejor ejemplo: tienen videos como hechos en Miami, este año han empezado a hacer festivales y no han dependido de los medios para tener millones de visitas. Podrían equivaler a un nuevo mainstream, pero por otras vías. De hecho sólo después de ser virales por cuenta propia llamaron la atención de sellos internacionales.

Hay un punto esencial ahí, porque los verdaderos talentos, en esta marea del underground que siento que está más viva, despegan mucho más rápido del montón. Un tipo que aparece con un trabajo creativo musical poderoso da el salto de inmediato si tiene las redes al lado. Porque la gente lo ve.

– Claro, pero no siempre es así. En otros géneros musicales hay gente muy talentosa que igual tiene audiencias reducidas, y es la mayoría. Casi todo: el rock, el folclor, la cueca, la música latinoamericana, la fusión, el jazz, las cantoras o trovadores, mucho de la electrónica, es música no tan advertida a gran escala. Y en ese sentido sí sería útil que hubiera canales para tener una audiencia mayor. La pregunta es cómo se hace eso.

Por ejemplo acabas de decir que estos músicos tienen unos videos como hechos en Miami. Alguna instancia como el Estado, el Ministerio de las Culturas, podría darles instrumentos para filmar videos.

– Sobre eso ya hay experiencia, porque los fondos concursables existen desde los ’90 y han tenido su evolución. Partieron financiando la creación artística y con el tiempo se orientaron además a financiar la producción y la difusión, con recursos para los sellos o para hacer programas de música chilena en medios. Son cosas que ayudan, pero son parciales, porque por ejemplo esos programas de radio son enclaves específicos en las líneas programáticas, no determinan necesariamente esas líneas.

Con todo este colapso de los medios tradicionales, del formato en papel, el derrumbe de la televisión abierta, entró a la escena un mecanismo un poco salvaje, medio ley de la selva, un ente vivo que se mueve pero nadie sabe para dónde. Ya no hay un ente como el Estado o un productor que determina qué va y qué no va. ¿Es una incertidumbre en este universo que se maneja en las redes? ¿Una especie de tierra ignota, una aventura?

– Sí, partiendo por la pregunta de qué tan representativas son las redes sociales.

Sí, porque hay control.

– Pero incluso más allá del control: un trending topic en Twitter ¿refleja algo concreto fuera de la red? ¿Está la “opinión pública” ahí? Tal vez son supuestos que todos compraron y nada más.

Pero independiente de eso, ¿para ti tiene más valor esto, o la antigua industria, controlada, manejada por las lucas?

– Es que puede no ser tan distinta. Hay actores más recientes, YouTube, los servicios de streaming, los agregadores musicales, pero el principio básico no cambia demasiado: siguen siendo peces gordos los que tienen el control. Cambió el procedimiento, y ahí hay mucho más fino que hilar, pero el fundamento se mantiene. Y la idea de que es más democrático por efecto de Internet también puede ser un malentendido.

Antes tenías que golpear puertas, te tenían que escuchar, había un proceso. Ahora vas directo al público.

– Sí, no hay intermediarios, no hay supuestos expertos que aprueban o rechacen. Si los músicos aceptan el porcentaje que les ofrece Spotify, que es bien bajo, pueden subir lo que quieran. Pero ésa es la mecánica de la oferta. Para una operación más democrática haría falta además una audiencia en condiciones de elegir, en un sentido amplio, qué escuchar. 

Lo que pasa es que el público es ecléctico. Y eso antes era como una mazamorra, algo mal visto, pero ahora la gente es más culta, en el sentido de que tiene más diversidad. Ya la cultura no se define como algo docto. Antes tenía ese velo, de que era para algunos que tenían acceso. Ahora como que con esto la cultura se volvió mucho más popular.


– Ojalá fuera así, pero más concreto es que la pauta sigue siendo la portada del diario especializado en lo que no es noticia, o el comentario de tal o cual personaje de matinal, y las personas terminan destinando el tiempo de ocio propio a consumir el ocio de las celebridades. Ahí hay más consumo cultural que en ninguna oferta de espectáculos. Por supuesto no sólo pasa en el entretenimiento, sino en temas mucho más contingentes; basta ver cuántas semanas se demoró este año el paro de los profesores en llegar a las pautas de los noticieros y la prensa, con marchas callejeras y todo. Para volver a la música, la audiencia no está eligiendo entre una oferta amplia, y no porque no le guste sino porque ni siquiera va a saber si le gusta o no: porque no tiene cómo enterarse de esa oferta. Hay excepciones, como Chico Trujillo, el Bloque Depresivo, grupos de cumbia como Santa Feria, bandas de la popularidad de Los Vásquez, el rap proletario, el trap más reciente, y es llamativo que ninguno de ellos debe nada importante a los medios de comunicación convencionales. Mirado con optimismo, son ejemplos de que es posible prescindir de esa industria oficial para hacer música popular. Mirado de otro modo, son ejemplos de que la forma de hacer música popular en Chile es a pesar de los medios.


* “Lucho Gatica cuenta el bolero” está en venta en las tiendas Discomanía (2 2639 8091), La Tienda Nacional (2 2638 4706), Lolita (2 2811 0696) y en libroschevengur.com.

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