HOMENAJE A ANDRÉS PÉREZ Y A LA NEGRA ESTER



LA IMPORTANCIA DE LA NEGRA ESTER EN LA CUECA
“Matucana 100 debería llamarse Andrés Pérez” / Jordi Lloret / poeta.

En la conmemoración de un año más de la partida del director y actor Andrés Pérez, revista La Noche quisiera rendir un homenaje a la obra La Negra Ester y la importancia que tuvo en la popularización del jazz guachaca y la reidentificación de la cueca.


Texto de 1995 / Apurados en la competencia

Para la edición del tercer número de revista La Noche, conocimos los pasos del director teatral Andrés Pérez, gracias a una información que nos envió la actriz María José Núñez, cuenta María José: “Quedé de encontrarme con Andrés a las seis en su casa y como no estaba, fui a la Dulcería Las Palmas. Ahí estaba tomando una Coca Cola”. 
¿Qué estás haciendo? 
Estoy haciendo cuatro cosas. De montajes de teatro El Desquite y La Consagración de la pobreza, además el video de La Negra Ester y clases en el Arcis, pero las cuatro cosas son como una sola, avanzan al mismo tiempo, no hay ninguna que se haya escapado con respecto a las demás.
¿Hacer tanta cosa no te cansa?
Realmente no, porque me tomé un año sabático. Un año para reflexionar qué es lo que quería hacer y eso estoy haciendo. 
Lo del año sabático me da curiosidad, ¿dónde anduviste?
En el sur de Francia, Budapest, Praga, Zurich, Berlín y Niza, donde trabajé como actor en una película de Raúl Ruiz, que se llamá Paseo y que no sé por qué sospecho nunca veremos en esta copia feliz del edén. 
¿Cuál es la diferencia de vivir en Berlín y Santiago?
Está en que el tiempo tiene otro valor, allá nos demorábamos tres horas en desayunar, cosa que aquí no se hace mucho. Y creo que es porque aquí todavía estamos apurados en la competencia. Santiago es una ciudad súper estresante. En cambio allá, corrieron todo lo que tenían que correr y ahora se dan el lujo de descansar. 
En eso pasa una chica que lo saluda a la distancia. 
Con el tiempo el capítulo de Andrés Pérez se fue enriqueciendo en voz de los integrantes de La Negra Ester, una obra de Roberto Parra que se convirtió en ícono de la nueva identidad cultural chilena, vista por mas de seis millones de personas.

Conversación de 2014 / El amor en décimas de una prostituta y un cantante popular

Ese año La Noche conversó con Cuti Aste, uno de los músicos de La Regia Orquesta, banda de La Negra Ester, quien me cuenta más detalles de Andrés Pérez. Corría el año 1988 y tras una exitosa estadía en Francia trabajando con Ariane Mnouchkine, directora del Teatro Du Soleil, Pérez se decide y vuelve a Chile, venía de ser el protagonista de la obra Gandhi, cuenta Cuti: “Andrés estaba mirando un ensayo mientras barría el teatro y le piden que pruebe una escena. Andrés como actor aplicado y por instrucción de Ariane, aprende francés y baja diez kilos para encarnar el personaje, realizando una temporada completa y en vez de gozar su triunfo allá, se viene a Chile”. 
Una noche previo a una función en el Teatro Novedades, mientras Cuti vestido de frac y sombrero de copa, en el foyer del teatro saludaba a la gente, aparece Andrés: “Cuando llega se presenta, me dice que le gustaría hacer una obra sobre la historia de Chile. Le digo que soy músico, que sobre teatro hable con Willy Semler, que estaba trabajando un texto de La Negra Ester, basado en un poema de Roberto Parra, que hablaba del amor de una prostituta y un cantante popular”. 


Conversación de 2016 / Improvisando las décimas en una iglesia de Recoleta

Sobre Andrés nos cuenta el actor Boris Quercia, quien protagonizó a Roberto Parra en La Negra Ester: “En el teatro de Ariane Mnouchkine, muchos actores de todo el mundo entran a hacer labores de todo tipo, como limpiar el teatro y Andrés fue escalando porque era un director y un actor muy talentoso. Llegando a hacer el papel principal de Gandhi. Las obras de Ariane Mnouchkine son de un rigor monacal, requieren de muchas horas de preparación antes de hacer los papeles. Andrés se transformaba completamente para hacer a Gandhi. Obviamente podría haberse quedado eternamente con Ariane, pero mantenía las intenciones de hacer algo propio y volver a Chile, él tenía un arraigo muy fuerte, un hijo aquí y lo llamaba mucho la tierra, por eso volvió y la Negra Ester fue el montaje para volver. Creando el Gran Circo Teatro, una compañía de Andrés muy exitosa, en la que trabajó hasta que muere de Sida algunos años después”.
Boris me comenta que el origen de teatralizar La Negra Ester fue un proyecto del músico Mario Rojas, compadre de Roberto Parra y con quien tocó muchas veces, eran amigos y le propone a Roberto hacer de las décimas de la Negra Ester una obra de teatro, dice Boris: “Mario se lo propone a Willy Semler y se empezó a armar un grupo donde entramos con nuestra compañía el Teatro Provisorio. Empezando a trabajar en una iglesia que quedaba en Recoleta, haciendo improvisaciones sobre estas décimas”. 

Conversación de 2016 / Ojalá salga algo bonito

Meses después, comenta a la Noche sobre esta obra Mario Rojas, a quien se le atribuye la idea de llevar al teatro La Negra Ester, obra que dadas las circunstancias históricas, se transforma en el ícono del retorno a la democracia. Mario tuvo una relación casi doméstica y familiar con Roberto Parra, sin conocerlo personalmente en un principio, su padre fue amigo de él en la juventud, también de Lalo y Violeta Parra en el barrio Matucana, cuenta: “En un libro que escribí llamado El tango de Edipo, Roberto se refiere en décimas a mi padre en la introducción. Mi vinculación con este proyecto y con varios otros, tuvo que ver con reflexiones profundas antes de regresar a Chile a fines del 85. Viví en Nicaragua y pasé medio año en Nueva York, de donde regresé. Gracias a la distancia de vivir afuera, reflexioné y tuve varias ideas sobre la cultura de mi país”.
Cuando se conocen la recepción fue maravillosa, se hicieron súper amigos y dieron una serie de conciertos con el proyecto que iniciaba junto a Pedro Foncea, De Kiruza, cuenta Mario: “Cuando comencé a visitar a Roberto en calle San Pablo abajo, en una de esas ocasiones me pasó las décimas de La Negra Ester y yo supuse sería muy interesante llevarlas al teatro y pensé sin la más mínima vacilación, que se acercaba al teatro callejero que había visto en la dirección de Willy Semler. Y esto fue porque con De Kiruza hicimos unos recitales en poblaciones y universidades con ese grupo de teatro callejero”.
Como Mario estaba decidido por ese tipo de teatro, su idea era hacer una ópera rock jazz huachaca, cuenta Mario: “Como recién partía con De Kiruza, obviamente quise integrar los dos proyectos, le dije a nuestro manager Lalo Alemani que le pidiera una reunión a Willy Semler y a María Izquierdo para darle un carácter de seriedad. Les dije que no había nadie mejor que ellos para hacerlo, curiosamente en esa reunión pensamos quién podría ser el escenógrafo y el Willy y yo dijimos simultáneamente Samy Benmayor. Se llevaron el texto y al día siguiente me llama María para comentarme que les había fascinado el proyecto, que querían conocer desesperadamente a Roberto y ahí se empezó a desarrollar. Fuimos y nos juntamos con él para conversar. Se alegró de ver que jóvenes actores quisieran hacer algo con su trabajo, y dijo ‘ojalá salga algo bonito’, esa fue su actitud. Tuvimos una serie de ejercicios entre el teatro callejero de Semler y De Kiruza, ensayando unas tres semanas, donde los actores se plantearon unos ejercicios teatrales que involucraron a los músicos. Yo estaba simplemente fascinado, aun sabiendo que de ahí a construir una ópera rock podría haber un océano de distancia, pero mis ganas de hacer cosas y proponer fueron superiores a eso, alcancé a hacer dos canciones que todavía canto”.

Conversación de 2016 / Hasta botones nos echaban

Prosigue Boris Quercia “Nos dividimos en grupos, empezamos a hacer un trabajo de taller alucinante que duró bastantes semanas, pero eran tiempos difíciles, la gente no tenía mucha pega, y a Willy le llegó un ofrecimiento de trabajo para montar Don Juan de Moliere para estudiantes, en el Teatro Cariola. Lo montamos y significó tener un pequeño sueldo, nosotros vivíamos del teatro callejero, pagábamos nuestro arriendo, vivíamos todos en comunidad con el Teatro Provisorio, entonces, nos salvo este proyecto que montamos por un buen tiempo”.
La motivación de Andrés Pérez de hacer una historia de amor fue en el marco del fin de la dictadura y ad portas de la democracia. “Willy Semler le cuenta de la obra que no había podido montar, porque no teníamos plata y le presenta La Negra Ester, también a Roberto Parra y Andrés trabajó varias semanas reescribiendo la obra para que fuera más teatral, sobre todo la cambió de tiempo, de pasado a presente, o sea todo ocurría en el momento, porque Andrés creía que el teatro era presente absoluto. Debutamos en Puente Alto, después de un mes y medio de ensayos muy intensos, porque la idea de Andrés era descentralizar la cultura y esas ideas locas, por eso nos fuimos a estrenar a la plaza de Puente Alto. Hicimos un ruedo en una carpa sin techo, se llenó pero después no iba mucha gente, porque quedaba muy lejos de Santiago. Teníamos una cajita para que la gente pusiera lo que quisiera, hasta botones nos echaban, no cobrábamos entrada, y no nos alcanzaba ni para el colectivo, y a las dos semanas de estar haciendo la obra nos reunimos para ver lo que íbamos a hacer, mucha gente no podía seguir, íbamos a parar la obra tomándola como un lindo encuentro, un lindo montaje, como muchos otros trabajos que a veces se quedaban ahí. Andrés dijo que esperáramos un poco, que él se podía conseguir el Cerro Santa Lucía, lugar donde sucedió todo, estrenamos un día de diciembre de 1988, ya había ganado el No y al otro año asumía Aylwin”.


Conversación de 2016 / La pelota estaba dando bote, llegó Andrés y le hizo toc...

Si bien Cuti Aste era muy joven y no dimensionaba el impacto que causaría La Negra Ester, principalmente porque era una obra folklórica, ayudó a rescatar una identidad y permitió a la cultura retomar un camino propio, comenta: “No sabía muy bien qué hacía, cuando tuvimos la obra armada me dí cuenta que era importante, pero así y todo no tenía ninguna pretensión de cambiar el rostro cultural de nadie, solo estaba haciendo un trabajo. La obra duraba tres horas, en un código extraño como son las décimas, o pasábamos a ser la cosa más rara y menos vista o era un éxito. El texto de Roberto Parra fue clave, luego la dirección de Andrés y el elenco que era un grupo de jóvenes con ganas de hacer cosas. La pelota estaba dando bote y nadie la empujaba al arco, hasta que llegó Andrés y le hizo toc”. 
Trabajar con Pérez le enseñó el objetivo de ser artista, como algo metafísico y filosófico, que iba más allá de ser un oficio. Aprende el rigor con el grupo Teatro Provisorio dirigido por Horacio Videla. Afirma Cuti: “Gente disciplinada que llegaba a la hora, que hacía trainning físico y vocal antes de enfrentar cualquier improvisación en una escena. Eso Andrés Pérez lo recogió, el pan estaba saliendo del horno, nos agarró a todos entrenados, sumado a otra camada que venía quince años haciendo teatro, nosotros éramos pendejos, pero el más pendejo era Álvaro Henríquez que tenía 19 años. Yo partí haciendo teatro a los 20. Aprendí esa cosa Zen, porque el músico de teatro lo que más tiene que hacer es estar callado, en un trabajo de contención, con música en el momento preciso”.

2014 / Álvaro se enamoró del tío Roberto

Cuti Aste fue de los primeros penquistas en arribar a Santiago, estudia música en la Universidad de Chile, con la idea de alejarse de los grupos pop y rock que frecuentaba, sumergiéndose en los clásicos, los orígenes, la estructura, leer y componer. Del 81 al 85 funda el grupo Los Presidiarios, paralelo a Los Prisioneros y se vincula con gente de teatro, María José Núñez, Horacio Videla y Boris Quercia, con quienes arma un grupo de teatro callejero, en este contexto aparece desde Concepción Álvaro Henríquez, quien se aloja en la casa donde vivían en Romero y trabajan en una obra sobre Andy Warhol. Cuti y Álvaro ya se conocían de Concepción, se topaban en los festivales de colegio, él con Los Presidiarios y Henríquez con Los Dick Stones. Cuti entra a la compañía de Willy Semler que quiso montar La Negra Ester, se incorpora a algunos ensayos donde toca con Roberto y Lalo Parra, conociendo el jazz guachaca. Es Cuti quien vincula a Álvaro Henríquez a La Negra Ester y Álvaro conoce a Roberto Parra, cambiando el rostro cultural al país, comenta Cuti: “La juventud se da cuenta que hay algo en la música popular que puede ser interesante, que suena a rock, a verdad, a autenticidad, a crudeza y eso lo hicimos sin querer porque estábamos trabajando en La Negra Ester”.
En el teatro Cuti encuentra una aplicación rápida e instantánea de la música, dice: “Un Ready made, como decía Andy Warhol, melodías sencillas podían cobrar gran significado al alero de la emoción de una escena”. Con la distancia de los años reconoce que fue un articulador puntual de la llegada del grupo Los Tres, comenta: “Ellos íban a llegar igual, yo no los traje, pero coincidió con La Negra Ester y que Álvaro se enamoró del tío Roberto, incorporando a la cueca como un elemento influyente en la juventud de los 90, como un reencuentro con las raíces”.


Conversación de 1996 / Un huevón así, igual a él, no existe

Conversando sobre chilenidad con Álvaro Henríquez, nos comenta: “La imprecisión como chilenidad es lo que a mí me interesa. La cueca por ejemplo, como única música chilena, está tocada de una manera, como decía Roberto Parra: ‘Esta música no la entiende ni Pitágoras’. En Islandia o Francia, la música es toda música cuadrada, puntual. En Chile la gente no es puntual, la gente es más relajada, así nomás, de ahí te veo, te lo devuelvo mañana y pasan cinco días y no te lo devuelven. La cueca es así por eso y que los chilenos son borrachos también es por eso. Musicalmente hablando se ha reciclado increíblemente. Roberto Parra, Los Chileneros, Segundo Zamora, son increíbles, tú escuchas las cuecas y dices: cómo puede haber música tan linda. Porque la cueca eran los Quincheros, que es una mierda, o sea es música de salón, entonces si uno se agarra de las cuecas y hace otra música, es total”. 
¿Con quién te gustaría tocar?
Del mundo ya toqué con la persona que quería tocar, que es Roberto Parra. Ya toqué con él y un huevón así, igual a él, no existe.

Conversación de 2014 / Un crisol popular que estuvo oculto durante la dictadura

Contado como un hecho histórico, el vínculo de Henríquez y Roberto Parra, marca un antes y un después al concepto de lo nuestro, afirma Cuti Aste: “En términos políticos nosotros soñábamos que Chile iba a volver a ser Chile, que no necesariamente era una rueda de carreta y una empanada, también es música electrónica y vanguardia, pero por lo menos no había un gobierno instaurando oficialmente lo que era el folklore, a través de grupos como los Quincheros y del Algarrobal, que no tenían eco en la juventud y una pulcritud lejana al desparpajo que un rockanrolero buscaba”. 
Cuando aparece Roberto Parra con sus cuecas choras, se empieza a destapar gente que estaba viva y trabajando, como Nano Núñez, Los Chileneros y aparecen grupos de cueca por todas partes: “No fue museológica, de decir mira esta música se tocaba hace años, sino mucha gente conoció los jazz guachaca y al poco tiempo se transformó en símbolo de lo popular. La gente comenzó a poner cedes en sus autos con música chilena y con esa chilenidad desconocida se abren fondas permanentes, nace la Cumbre guachaca con Dióscoro Rojas, empieza a florecer todo un interés por el folklore, de la mano de las compañías teatrales, donde muchas compañías tenían actores multi instrumentistas, se genera un crisol dentro de lo popular que estuvo oculto durante la dictadura”.

Conversación de 2018 / Matucana 100 debería llamarse Andrés Pérez

Para Jordi Lloret, del Garage Internacional Matucana 19, Chile debiese hacer un reconocimiento a Andrés Pérez: “Creo que Matucana 100 debería llamarse Andrés Pérez, porque cuando lo echan de ahí, agudiza su pena al punto de que muere. Andrés revolucionó el teatro, como lo hizo Mauricio Celedón, Juan Carlos Zagal, Vicente Ruiz, Ramón Griffero. Además, Pérez junto a Roberto Parra, recuperan la cueca de prostíbulo, invisibilizada pero que siempre estuvo”.


Conversación de 2018 / Cueca de los barrios bravos, cantada por los rotos 

Toda la escuela que trajo Andrés Pérez del Teatro Du Soleil, afirma el actor Daniel Muñoz, fue significativo para el teatro y para el mundo popular: “...lo que hizo con esa obra, que aplica a los actores chilenos, como lo atractivo del escenario, la hace singular, y tiene mérito propio”.  Es además la consolidación de un nuevo teatro, del circo, la música, el jazz guachaca y nace otro tipo de cueca: “...lo que aprendí con La Negra Ester en torno a la cueca, fue la cueca del roto chileno, que enaltece la imagen del roto, que es el tío Roberto Parra, quien interpreta la música de las cuecas choras, de una manera distinta a como se conocía en ese entonces, más relacionada a la ciudad. Hace folklor popular urbano, conectando con la gente de la ciudad y aparecen las cuecas aniñadas y acaramboladas, como decía él, cuecas de casas de huifas”.
Mucho de ese estilo estuvo invisibilizado, escondido y despreciado incluso por sectores arribistas y conservadores de nuestra sociedad. “Era cueca de los barrios bravos, cantada por los rotos, en ruedas de cuequeros que empezaban a improvisar al alero de la fiesta y el copete, que cuando salían versos ofensivos, se picaban, sacaban los cuchillos y venía la pelea, eso se ve reflejado en La Negra Ester, ambiente que siempre existió, pero estuvo dejado de lado por una elite social, que no concebía que eso fuera bonito para la cultura chilena. Renaciendo así una historia de Chile, del pueblo y sus orígenes después del apagón. El mismo Álvaro Henríquez engancha con las cuecas del tío Roberto, canta en el Unplugged de MTV y la universaliza. Hace que la cueca sea de cada uno, porque el tío Roberto tomó música norteamericana y la transformó en chilena, el jazz guachaca lo inventa él”.
Fueron quizás los últimos años –fines de los 80–, de la pugna entre lo popular y lo docto: “Personas respetadas empiezan a reinterpretar elementos culturales populares, mostrándolos de tal manera que la gente se encanta y los medios se interesan. En otro tiempo rechazado por rasca, el roto es reinventado por líderes e inmediatamente tiene seguidores”.
Daniel trabaja en la Compañía Sombrero Verde, con Willy Semler y María Izquierdo y cuando llegó Andrés Pérez a dirigir El Desquite, conoce al músico Mario Rojas y a Roberto Parra, autor de la obra. Mario Rojas le presenta a Los Chileneros, Nano Núñez, Perico y al Baucha: “...cuequeros de sepa históricos, ahí engancho pispeando lo popular y al roto chileno, un tipo con mucho orgullo, presencia, autoridad, con léxico y picardía, un antihéroe. En mi familia pueblerina había vínculo con el campo, especialmente San Fernando hacia la cordillera, donde viven huasos huasos. Después conocí al rotito, que es el huaso que se va a la ciudad, que no trabaja para nadie, es dueño de sí mismo, el roto es un estilo de vida. Lo conocí con los viejos cuequeros, que trabajan en La Vega, El Matadero, que están conectados con el campo, pero son más de ciudad. Eso fue muy atractivo. El pueblo trae la musicalidad desde la cuna, y no canta por cantar, no es para entretener, es la expresión de un sentimiento. La fiesta chilena no es a medias tintas, cuando es triste es de verdad y cuando es alegre llega a ser violenta de alegre, un arrebato, no sale a gotitas, sino como tormenta. Siempre fue así. Es un pueblo sufrido y si se expresa es caballo desbocado”.

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