GUILLERMO RIFO, EXDIRECTOR DE LA ESCUELA MODERNA DE MÚSICA
“Un músico se debe impregnar de su cultura y reflejarla en sus canciones”
Por Jaime Piña
La presente entrevista se
realizó en diciembre de 2014, cuando era director artístico de la Escuela Moderna
de Música, fue portada de la edición 70 de La Noche, con retrato pintado por el
artista plástico Manuel Torres y fotografías de Mauricio Donoso. Meses después
Guillermo es alejado de la escuela.
Como revista lamentamos
su partida y quedamos con el trago amargo de no haber podido apoyarlo cuando
nos solicitó una entrevista para expresar sus descargos ante las circunstancias
de su alejamiento de la escuela.
N. del D.
Guillermo Rifo es un
ejemplo de fusión. Con una sólida formación académica, supo convivir con la
música popular y siempre pensó que un buen músico debiese ser multiestilo y
manejar diversos desafíos.
El año 1977 forma el
grupo Hindemith 76, donde interpreta
sus propias composiciones: cuecas jazzísticas inéditas en Chile. Dice: “Eso era lo que hoy se conoce como fusión,
después vino ‘Latino música viva’, con instrumentos clásicos y electrónicos,
pero siempre en el folklore y el jazz”.
Con estas experiencias
comprende que había que formar y sistematizar la música popular para que tuviese
una formación académica. Su mente insiste en que lo clásico y lo popular pueden
convivir. Rememorando en una forma de paralelo las imágenes que guarda de su
hogar cuando escuchaba radio, discos de ópera y conciertos, muchas veces
cantadas por sus padres y amigos, mientras sonaba en las radios de 1955, Lucho
Gatica, Raúl Videla, Ester Soré y la orquesta Huambalí.
En su infancia encuentra
el gusto por la ópera, que define como teatros musicalizados. Luego a los once
años ingresa al coro de amigos de la filarmónica, ensayando en el Teatro
Municipal. En ese mismo tiempo entra al Conservatorio a estudiar percusión
sinfónica: timbales, xilofón, marimbas y tambores. Oscilaba entre el coro y la
percusión, cuenta: “Fue en un concierto
de la sinfónica, donde vi al timbalista Jorge Canelo y quedé encantado, después
en un diario vi una fotografía de él tomada desde abajo, donde el bombo y los
tambores aparecían tremendos, mágicos, preciosos y me di cuenta que quería ser
percusionista”.
Nace en la calle
Agustinas, Barrio Yungay, sin embargo su niñez transcurre en zonas aledañas a
Gran Avenida. Observación, aprendizaje y cultura popular definen su vida: “La génesis de mi vocación se dio con la
música popular cuando era niño, mi barrio era de gente modesta que se daba vueltas
en el baile y la música de moda. Mi cultura es popular en cuanto a lo social.
Mi calle era de tierra y ahí jugábamos a la pelota”.
Corría la década de los
50. Por primera vez se incluye el voto femenino –1952– y se vive el segundo
gobierno de Carlos Ibáñez del Campo con su lema “Ibáñez al poder y la escoba a barrer”. Tiempos de crisis económica
y de soluciones neoliberales que arrastran al país a las calles a protestar por
las medidas de la comisión estadounidense Klein - Sacks, contratada por Ibáñez,
apoyada por sectores de derecha y conservadores. Proceso que explotó en
manifestaciones y enfrentamientos entre Carabineros y trabajadores, en la
denominada Batalla de Santiago –1957–, donde mueren personas. Guillermo, a sus
cinco años, escuchando radio, se impacta con la muerte, dice: “...no concebía que se matara a alguien, no
podía creer que ocurriera”.
Aclara que el cantautor
popular del tronco de Rolando Alarcón, Violeta Parra y Víctor Jara, no necesitó
de la academia, porque se nutrió de temáticas sociales. “Los cantores a lo divino y a lo humano –dice– pertenecen a otra esfera. Pero son parte del inmenso mundo de la
música”.
– Cuando entras al conservatorio ¿pensabas tenías que terminar la
academia?
– No pensaba, yo entré no
más, porque era bonito...
– ¿Era un estilo de vida?
– Diría que sí, porque
quería ser músico, no quería nada más y eso hacía.
– ¿No cuestionabas la academia versus la música popular?
– En ese momento no
cuestionaba nada, aprendía nada más, mi profesor era amplio de criterio, tocaba
en la Sinfónica y le gustaba lo popular, él compartía eso con sus alumnos.
– ¿Eran dos terrenos que no se topaban mucho?
– Ahora también existe
esa separación entre lo docto y lo popular, pero yo no creo en eso, la música
es una sola. En esa época los del Conservatorio no podían tocar música popular
afuera, si los pillaban los castigaban o los echaban.
– ¿Por qué era así?
– Por un complejo
chileno, quizás mundial, de pensar que lo popular es más fácil, lo cual no es
así.
– ¿Era un desprecio a lo popular?
– Sí claro. Quizás porque
esa música se tocaba de noche, en la bohemia. Lo curioso es que esos pianistas
sabían música y tocaban con partitura; también se tocaba de oído.
– ¿Qué sucedía con la música fuera del conservatorio?
– Hablamos del 60 y estaba
entrando el rock and roll. Eso cambió en parte la música popular, que hasta esa
época se tocaba con grandes orquestas. Recuerdo que tomé conciencia de esto por
los show que transmitían las radios por la noche, en Cooperativa, Minería,
Corporación, Yungay. Programas que escuchaba todas las noche en vivo, era
encantador, una radio transmitía en directo los espectáculos del Goyesca...
– ¿Qué opinas de esa época?
– Había mucha vida
nocturna, restaurantes y boites con música, era glamoroso, tú ibas bien arreglado
a comer y a bailar con orquestas, de tango, de jazz y eso estaba ocurriendo en
muchas partes y que lo transmitiera la radio era mágico. En una noche en
Santiago trabajaban unos 15 bateristas, 20 pianistas, 20 de todo.
– ¿La música popular tenía estatus?
– Claro, recuerdo haber
ido a los 15 años al Tap Room, e impresionarme con la orquesta, la pista y que
la gente bailara cha-cha-cha y mambo, finalizando con la orquesta típica que
tocaba tango, con bandoneón y todo en vivo. Si ocurriese hoy día también lo
encontraría espectacular. Aunque yo quería eso, nunca lo logré. A los 17 años
fui músico invitado como percusionista en la Sinfónica de Chile y a los 20 me
incorporo a ella, hasta el año 95.
– Estando entre los músicos de élite, ¿cómo te sentías?
– No me daba cuenta de
eso, solo tocaba.
– ¿Pero era así, de élite?
– Sí. Y sigue siendo.
Pero yo toqué en Alan y sus Bates y con el baterista Arturo Giolito, con quien
grabé como percusionista. Gracias a eso me relacioné con Valentín Trujillo,
Vicente Bianchi, Tito Lederland y Raúl Díaz. Imagínate a los 20 años grabar con
estos grandes. Ese era mi mundo, entre lo clásico y lo popular. En mis
reflexiones de los 35 me di cuenta que todo eso iba a sonar 50 años después y
que yo había estado ahí. Así comenzó esto de lo popular y lo clásico, en ese
tiempo hice arreglos, ya no tenía la supervisión del Conservatorio, era libre.
Si bien me relacioné con lo popular, los músicos clásicos me miraban raro, no
todos.
– ¿Cuántas canciones y arreglos han pasado por tu cabeza?
– Uf. Trabajé dos años en
Sábado Gigante, donde hacía cinco arreglos a la semana, ahí tuve muchas
melodías en mi cabeza. Bueno, con Arturo Giolito, que fue una persona muy
importante en mi carrera, porque por intermedio de él comencé a escribir arreglos
y tocar en las grabaciones con Valentín. Me hice amigo de Giolito y él me llevó
a Sábado Gigante como arreglador. Fue espectacular...
– ¿Qué fue lo espectacular?
– El entrenamiento, 24
horas haciendo música, aprendes mucho de diferentes estilos. Yo solo llegaba
hasta el ensayo, que era el viernes. No salía en la tele, había tres, cuatro
arregladores, el sábado tocaban unos 25 temas y todos tenían arreglos, se les
daba una sola pasada y la orquesta tenía que sonar bien en los arreglos y en la
interpretación.
– ¿Conociste a don Francisco?
– No.
– ¿Tú los apoyabas?
– No. No sentía que los
apoyara, Valentín y Giolito me daban la oportunidad de aprender, estaba muy
agradecido de ello.
– Te preguntabas, ¿dónde estaba la habilidad del músico para contener tanta
música en la cabeza?
– Con el tiempo empecé a
pensar que ser músico era hacerlas todas, si hay que hacer un arreglo, hacerlo,
si hay que tocar, tocar, si hay que dirigir el arreglo, dirigirlo. Con el
devenir me di cuenta de que era así la vida del músico. Leyendo la biografía de
Johann Sebastian Bach, él trabajaba en dos iglesias los domingos, componiendo
una misa todas las semanas, Bach necesitaba músicos dúctiles, que tocaran
violín, flauta y el bajo continuo en un clavecín, habitual en esa época. Hoy no
hay gente así. Eso me llamó la atención, aún no siendo virtuoso, creo que un
músico debería funcionar en diferentes estilos.
– ¿Cuándo comenzaste a componer?
– Entre el 65 y el 70,
compuse unas cositas para el clarinete solo, en un sexteto para percusiones,
llamado “Estudio para seis
percusionistas”. Estrenamos en el Goethe Institut, apoyados por Ramón
Hurtado, profesor del Conservatorio. Yo estaba muerto de susto en ese estreno,
en los aplausos no entendía nada.
– ¿Cuál es tu obra más importante?
– La que estoy haciendo
ahora. Lo último que compuse fueron 19 arreglos populares para la Sinfónica de
La Serena. También realicé la música de un ballet llamado “El ritual de la tierra”. Estoy haciendo una adaptación para
orquesta de cuerdas para la orquesta de Marga Marga, V Región. En paralelo hice
siete arreglos para la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil. Boleros sinfónicos
con Valentín Trujillo, cantados por Carmen Prieto. Sigo haciendo lo mismo, esto
de trabajar a dos bandas. Tengo cerca de doscientas composiciones estrenadas.
La Escuela Moderna de
Música
Rifo sostiene que tocar
música popular le hace bien a todo músico, lo pone en contacto con otra
cultura. Por eso forma el Centro de Estudios de la Música Popular, junto al
guitarrista Francisco Larraín, por cuatro años. Hace talleres de música popular
para los socios, cuando se forma la SCD. El 75 conoce a Elena Waiss, que fue fundadora
y directora de la Escuela Moderna, y lo lleva como profesor al Departamento de
Música de la Universidad de Chile. Después vino Sinfónica, arreglos,
composición, y el 88, Elena Waiss estaba armando el Instituto Profesional
Escuela Moderna de Música, cuando lo llama y le pide que se incorpore: “Le digo que bueno, solamente si podemos
hacer música popular, y ella accede”. Cuando Elena fallece, queda a cargo
del proyecto Vivien Wurman, actual rectora, y se armó esto de la música popular
en la Escuela Moderna. “Hasta hoy sigo
pensando que está bien, el músico popular actual debe ser amplio, con muy buena
preparación académica, capaz de hacer muchas cosas, componer música popular en
forma genérica, escribir para teatro, para cine, tiene que tener muchas
herramientas, y eso significa años de estudio”.
– ¿Esto de lo popular es porque la sociedad ya no asocia la cultura con
lo docto, sino que la ve más cercana?
– Tal vez los
compositores doctos se han separado de la vida diaria, sin embargo hay que
estar con la vida que nos ocurre hoy en día, y para eso hay que estar informado
e interesarse por la historia.
– ¿Qué clase de músicos forma la Escuela Moderna?
– Músicos multiestilo,
que aman eso, principalmente los latinoamericanos, porque somos de aquí, la
cultura que intento defender es la mía, santiaguina, chilena después, porque si
no, nos empiezan a comer. El artista debe tener libertad para crear, solo se
puede hacer algo que perdure si fue hecho de manera libre e informada. No soy
nada si no conozco mi cuadra, mis vecinos y mi barrio. No concibo a alguien que
viva sin saber lo que está pasando.
– ¿Qué le dirías a los nuevos músicos?
– Que solo estudien
música si la aman por sobre todo, porque es la única manera de conocerla y
disfrutarla. Cuando la amas, dejas de hacer otras cosas por la música.
– ¿Por qué hay músicos que fracasan?
– Quizás no se dejaron
llevar por lo que querían hacer.
– ¿Tiene que ver con la honestidad y no copiar?
– Si alguien hace lo que
siente y es real, debería irle bien. No creo que Manuel García haga música para
tener dinero y fama, la hace porque la ama. Un músico se debe impregnar de su
cultura y reflejarla en sus canciones.
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