LEONORA CALDERÓN HOFFMANN CONVERSA CON LA NOCHE 142



AUDIOVISUALISTA

TESTIGO Y PROTAGONISTA ACTIVA DE LA CULTURA

 

Por Jaime Piña

 

Viene de una familia talentosa, su madre botánica, hizo todos los libros de plantas que se conocen en Chile. Su abuela Lola Hoffmann, psiquiatra e investigadora de los sueños, hizo la traducción del I’Ching, del texto de Richard Wilhelm, un misionero alemán que trabajó en China e hizo la investigación y el rescate del conocido oráculo, comenta: “Durante dos años estudié el I’Ching con mi abuela, un libro que ella conocía muy bien, en un grupo que le consultaba al libro y no al terapeuta. Ni mi mamá ni mi tío estuvieron tan conectados con mi abuela como yo, que recibí ese conocimiento”.

 

– ¿Tu madre lo encontraba muy esotérico?

– Sí, ella era científica. Casi terminando el colegio cuando quería estudiar psicología mi abuela me decía que investigara sobre los chamanes y me pasaba libros de Mircea Eliade, un investigador de las religiones comparadas, que es la simbología arquetípica que se va reproduciendo en las distintas religiones.

 

– Interesante, te dio una visión del mundo.

– Sí, mi abuela me apoyó para que estudiara filosofía y quedé en la Católica. Conversaba con ella a veces en latín, el que recién estaba aprendiendo. Ella hablaba siete idiomas. Yo en ese tiempo también cursaba licenciatura en música, había entrado en el colegio.

 

– En esos años terminó el hippismo y nacía el Canto Nuevo.

– Sí, se buscaba renacer el espíritu de la Peña de los Parra.

 

– ¿Participaste de ese movimiento?

– Yo tocaba música clásica, me encantaba la peña y el folclór. Después abandoné filosofía, me emparejé y me fui a vivir a Arica donde tuve una hija. Ahí me contrataron en la escuela de música, donde dirigí una pequeña orquesta de cámara e ingresé a estudiar historia y geografía el 82’. Ahí me puse súper política, participé en una toma y me quitaron la dirección de la orquesta. También me separé de mi pareja y volví a Santiago el 85’.

 

– Muchísimos cambios en tu vida.

– Sí, empecé a conocer el mundo underground y me interesé por tocar saxo soprano, ahí conocí al flaco Guíñez, que fue invitado a participar en la obra Mishima, de Vicente Ruiz, que venía haciendo obras muy underground, con mucho trabajo en escena. Me hice amigo de Titín Moraga y Juan Ramón Saavedra, empezamos a ensayar y estrenamos la obra Opereta, en El Trolley, cuando Santiago estaba lleno de milicos. Recuerdo que Juan Ramón me dijo que yo le puse el nombre a Pequeño Vicio, bajando la escalera del lugar donde ensayábamos.

 

– La capacidad de abstracción de los artistas puede construir puentes en la mente de otros y crear un dialogo colectivo.

– Eso es muy telepático. En El Trolley hicimos cosas interesantes con Pablo Lavín y Ramón Griffero, fue un polo de atracción para gente creativa e inquieta y se creó una hermandad muy fuerte.

 

– Griffero y Lavín venían de Londres, ellos trajeron la movida de recuperar espacios abandonados.

– Pablo Lavín vió en Londres lugares industriales donde se hacía arte y buscando uno en Santiago encontró El Trolley.

 


– ¿En qué actividades participaste?

– Con Pequeño Vicio en dos conciertos. En Matucana 19 estuve en Tres mil mujeres donde toqué e hice una exposición de fotos. Participé en el lanzamiento de la revista La Daga, con el grupo de Leo Vidal. Hice una visual gigante con diapositivas de lagartos de Ecuador. Yo venía del charango lila total y me encuentro con esta escena underground. Me corté el pelo y me puse un abrigo largo negro. Esa escena era creativamente muy potente, hubo gente que hizo cambios importantes, en música, teatro y en la pintura, como los de la Chile. Nos juntábamos entre todos, fue una época muy rica culturalmente, hicimos una propuesta que se diferenció de las generaciones anteriores. Después trabajé haciendo fotos y videos con Gloria Camiruaga, que estudió filosofía y después video arte e instalación en San Francisco, fue cercana a Lotty Rosenfeld y a Diamela Eltit, pero no integró colectivos. También escribí artículos e hice fotos para la revista Trauko, conocí a sus dueños Pedro Bueno y a Inés.

 

– ¿Cuándo aparece la fotografía periodística en tu vida?

– Entremedio estudié foto. Como Gloria tenía acreditación de prensa extranjera para el plebiscito del 5 de octubre, me acreditó. La noche antes del plebiscito, en el Hotel Carrera, un corresponsal argentino de la agencia inglesa Visnews, necesitaba una asistente acreditada y me contrata, trabajé tres días. Después de eso, gracias a un editor del diario La Época, hice la práctica ahí. Con las elecciones y el cambio de gobierno, cubrí actividades en La Moneda.

 

–¿Te quedaste en La Epoca?

– Les propuse en un horario libre hacerme cargo de cultura y espectáculos. Muchas veces hice la foto y escribí la nota. Todas las fotos que publicó La Época de Las Yeguas del Apocalipsis son mías. Me autopauteaba para la página de atrás del diario que era una galería, contacté a la sección de cultura para que entrevistaran a pintores y músicos underground, entre otros. Cubrí el Festival de Viña, hice fútbol, hípica y marchas. Hice fotos a Serrat, Silvio Rodríguez, Rod Stewart, cuando vino Cyndi Lauper me mandaron en avión a Concepción para sacarle fotos.

 


– Fue un tiempo de muchos cambios.

– Algunos grupos se disolvieron, todo se fue poniendo plano. Desaparecieron lugares como El Trolley, Matucana y la Nona Jazz. Comenzaron los mega conciertos y con Amnistía se produjo un cierre del periodo. El 89’ trabajé con Las Yeguas en una performance en San Camilo, cuando salieron desnudos de blanco e hicieron estrellas en la calle. Las Yeguas irrumpieron con un lenguaje totalmente nuevo, que no estaba en el underground, con temas acerca de la homosexualidad.

 

– Ellos fueron distintos a otros homosexuales de la cultura, que ocultaban su condición. ¿Qué opinas del liderazgo de los homosexuales en la cultura chilena?

– La escena gay del underground era de elite y solapada, pero todos sabíamos. Siempre los gay han estado en el arte, tienen el femenino y el masculino más abierto arquetípicamente. Ellos formaron tribus y gente que los seguía, que creían en su trabajo y eso les dio fuerza para seguir.

 

– ¿Qué hiciste después de la Epoca?

– El 93’ hice un libro que se llamó Mi abuela Lola Hoffmann, –Editorial Cuatro Vientos–, basado en muchas entrevistas tanto mías como de otras personas, parte del material me lo pasó la editorial para que lo combinara con el mío. El lanzamiento lo hice el 94’ en el Museo de Arte Contemporáneo, con fotografías y un video arte, fue un tremendo evento.

El 95’ volví a trabajar con Gloria Camiruaga, ella ganó una beca Rockefeller e hicimos la película Las minas de las minas, sobre la mujer en la minería. Hice cámara y la edición junto a ella.

Después me fui a EE.UU. Como tuve una productora de postproducción digital en Chile y había trabajado en Valcine y con Pedro Sánchez, sabía editar en Avid y Photoshop. En Boston trabajé en una productora de cine, en documentales de salud pública, prevención de embarazo, anti tabaco, sexo, campañas de abstinencia sexual. Fui brazo derecho diez años de un productor argentino, un sociólogo fantástico. Hice una exposición de fotografías en el Consulado de Chile en Nueva York también.

 


–¿Cuándo volviste a Chile?

– El 2005. Me conseguí pegas en la tele y productoras como montajista, pero la pega era pésima y mal pagada. En ese tiempo mi esposo decidió vivir en una casa que teníamos en Tunquen y nos fuimos juntos. Hace cinco años dije no quiero más computadores, porque trabajé mucho y tenía algunas lesiones en el brazo y me puse a hacer collage, tengo harta obra. Reedité mi libro con otro nombre: Lola Hoffmann, La revolución interior, con la editorial Random House, el que lleva varias ediciones. Lo lancé en El Museo de la Memoria, con un corto de veinte minutos.

Leonora vive en un jardín precioso junto al mar. Su esposo se enfermó de cáncer en pandemia y falleció, cuenta: “Estuve muy enojada, llevábamos mucho tiempo juntos y lo quería mucho”. 

Hace poco participó en una exposición grande sobre Las Yeguas del Apocalipsis en la Galería D21.



 

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