EL FOTÓGRAFO JORGE MARÍN EXPONE EN MATUCANA 100

INAUGURA LA MUESTRA "GLACIAR" / MARTES 19 DE AGOSTO / DÍA DE LA FOTOGRAFÍA / 19.30 HRS. / Texto curatorial de Carla Möller.

“CON TODO LO EXIGIDO QUE ESTÁ EL PLANETA, ES IMPOSIBLE QUE NO CAMBIE”

Por Jaime Piña / Director



“En las imágenes que expongo habita el Tao, resumido básicamente en ir al encuentro de lo primitivo. En lo interno, eso es lo que me llevó a viajar a los glaciares, al encuentro de algo que no está en todas partes o que puede estar, pero no lo vemos. Fue necesario ir a estos grandes escenarios naturales donde todavía está palpable, lugares inexplorados a los que no ha llegado nadie, excepto científicos, algunos fotógrafos, arrieros y montañistas”.

Siempre quiso ser corresponsal de viaje, porque gran parte de la épica de salir a registrar fue en la conquista de aventura, para ondear la bandera de la libertad, como simboliza Glaciar, una muestra que desafía a la vida para hacerse fuerte, buscando en la inmensidad del silencio, en tierras prehistóricas, quién es verdaderamente. Atestiguar el cambio climático en estos recorridos, en uno de ellos acompañado de científicos, graficando con su cámara el desprendimiento de icebergs, las sumergidas danzantes de hielos que vuelven a flotar, plasmando grietas milenarias y deshielos que horadan fiordos subterráneos, masas gélidas en retirada desnudando la roca viva, eso, lo llevó a un registro plástico que, en clave poética, nos sobrecoge y remece para reconocer la crisis ambiental que vivimos.

TODO POR UN CLICK

Su vida la ha dedicado totalmente a la foto, pero no fue una decisión sencilla, el destino le preparó el camino. Comenta Jorge: 

“A los 18 años viajé a Perú y Bolivia con una cámara y ahí se despertó la pasión por la fotografía. Me interesó la idea de estar en terreno, me imaginé un fotógrafo que viaja por el mundo, recorriendo lugares, entendiendo los distintos pueblos y a su gente, registrando alguna comunidad exótica”.

Comienza como fotógrafo de la AFI (Agrupación de Fotógrafos Independientes), más tarde en revistas del mundo editorial -más que de prensa, del magazine-, viajando, ilustrando reportajes, publicando aciertos, en la Revista del Domingo y la revista YA de El Mercurio, la revista Platos y Copas, entre otras publicaciones. Al tiempo se separa de ese frenesí y aborda la fotografía pura y dura como editor del diario Metropolitano, en los 2000, que le dio relevancia a la imagen, con textos breves. Generando un movimiento innovador en los diarios, fue editor en un momento de grandes cambios, que lo instaló en un trabajo que sí le importaba, recuperando su libertad y autonomía.

CON UNO O DOS HIELOS

El proyecto Glaciar, que comenzó el 2022, después de la pandemia, eludiendo el encierro, es el intento de volver a terreno con ganas y empezar a desarrollar una nueva aventura, comprendiendo que era primordial retratar el cambio climático y el calentamiento global. Empezó a darle vueltas y decidió estudiarlo, enfocándose en los glaciares: 

“…ahí está el agua, que es la vida misma, ahí parte todo y tuve que investigarlos para profundizar en el tema. Aunque los glaciares, en un principio se presentaron como algo difícil, todo se conectó porque siempre tuve habilidades para la montaña. Quizá pude ser mejor montañista, lo intento. Subí los fines de semana y dediqué mi tiempo a la montaña”.

Una vez motivado, habló con Marcial, uno de sus hijos que es antropólogo, le dijo que quería subir glaciares y le responde: ¡vamos, te acompaño! Finalmente decide subir a nueve glaciares a lo largo de Chile, elije algunos al azar y parten, comenta:

 “Cuando llegábamos a los lugares, contratábamos a un andinista experto en alta montaña, para que nos llevara al glaciar. Subimos el Parinacota, hicimos al emblemático El Plomo en la zona central, con todos mis hijos y un par de sobrinos, un lote grande, algo familiar. Si bien tengo buen estado físico, no es menor estar a veinte grados bajo cero”.

Cuando llegaban a los glaciares, alojaban una semana o más. Subieron el glaciar Pirámide, en el Lago O’Higgins, en Campos de Hielo Sur, en Aysén. Acompañado de unos científicos registra las mediciones, acampando dos semanas, caminando todos los días tres kilómetros al glaciar. Conoció a un geólogo que para medirlos, inventó una máquina que sacaba muestras de roca.

LA VIDA SE ABRE PASO

Creció en La Reina, ante la majestuosa cordillera de Los Andes, de chico subió cerros: 

“En el salto de agua de San Ramón, nos bañábamos bajo una cascada de veinte metros, una experiencia alucinante”.

El camino de la montaña es un aspecto que le abrió una puerta mística. Buscó en muchas áreas su destino, le gustó el cine, disfrutó la época en que se podían ver ciclos de Herzog, de Fassbinder, leyó poesía, literatura, siguió autores y se conectó con las enseñanzas espirituales de George Gurdjieff, quien movió su mundo. Pero con lo que sí se impactó fue con el karate, que inicia a los 16 años y no se detiene hasta diez años atrás. Ingresando a un mundo en el que conecta con el súper hombre, alguien que arriesga su vida desafiándose, algo que va más allá de los deportes. En el karate tuvo sabios maestros, que hablaban poco, no lo bombardeaban y que le dejaron grandes enseñanzas, con un par de frases muy precisas.

Pero lo más poderoso, algo físico fuerte, lo logró practicando con uno de sus primeros maestros, hijo de padre japonés, que compitió en un campeonato mundial, que venía con un concepto muy intenso.

–¿Fue lo que más te atrajo en ese periodo de formación?

– Sí, y ese misticismo me invitó a un camino de vida, que me centraba y me enfocaba, dirigiéndome a un destino. Era un hacer súper distinto, lunes, miércoles y viernes entrenaba varias horas. Fui creciendo en lo físico y cuando empecé a tener más conocimiento, supe que no era aplicable, que no era para andar pegándole a nadie.

– Pero en el fondo eso calzó en ti porque eras un muchacho solitario y lo más probable ensimismado.

– No, a pesar de que manejé la disciplina, nunca solté lo gregario, juntarme con amigos a fiestas y a carretes. El karate estuvo como estructura de base, siempre me exigía y si hubiese sido más zen, más maestro, me hubiese quedado ahí para siempre. Hubo un libro, del yoga-yoguismo, que me mostró todas las filosofías que había conocido antes, que se estaban manifestando en la gran fraternidad universal, un libro bien potente que va mostrando conexiones de todas las áreas del saber. El conocimiento de las escuelas filosóficas e iniciáticas.

UNA MADRE EN EL CORAZÓN DE SU IMAGINACIÓN

–¿Cómo se formó tu personalidad? Háblame de tus padres.

– Bueno, mi madre falleció cuando tenía cuatro años, mi viejo se quedó solo conmigo y mis dos hermanas, que tenían siete y nueve años. En ese descalabro mi viejo se vio agobiado, necesitó apoyo y nos fuimos a vivir todos con mis abuelos. Estuvimos hasta mis diez años con ellos, estudiando en el colegio Santa Marta, donde tuve buenos amigos. Después mi viejo se compró una casa, también en La Reina y nos fuimos a vivir ahí.

–¿En esos años sabías para dónde ibas?

– No tenía idea. Cuando me quedé sin mamá, mi viejo se convirtió en alguien muy importante para mí, era interesante como persona, fue masón, era progresista, trabajaba en el Banco Central. Contrataba una empleada, pero nos mandábamos solos, yo hacía lo que quería, fui mal portado en los colegios, él llegaba en la noche. Mi indisciplina se mezclaba con una libertad exquisita, que no tenía ninguno de mis amigos.

–¿Esa libertad en algún momento fue positiva?

– Sí y no, en las tardes invitaba a algunos amigos al cerro y me decían que no podían, que su mamá, que la plata, etcétera. Cuando le pedía permiso a mi viejo para ir al cerro o ir a la playa, me dejaba ir. Igual me iba a buscar, no era un abandonado. Pero en comparación con mis amigos, todos tenían normas.

– En ese sentido, cuando sientes el vacío que dejó tu madre, tuvo que ver con la exploración mística y la destreza física, buscando el vaso por llenar.

– Puede ser. Un tiempo quise ser antropólogo, porque me gustaba la historia. Aunque estaba claro que tenía un vacío gigante, que había un vaso por llenar, el conocimiento lo adquirí en el karate. Igual viví el final de la generación hippie, mis hermanas tuvieron parejas hippies, que fue un mundo bien esotérico, con una intelectualidad beat. Tuve de modelo al marido de mi hermana, un exhippie que estudió teatro, ingeniería, jugaba ajedréz y después viajó por Latinoamérica.

SER O NO SER FOTÓGRAFO

Su paso por la secundaria es en la Escuela Industrial de Artes Gráficas, donde se instruye en el mundo relacionado a la imprenta, la serigrafía y el fotograbado, conocimientos para desempeñarse como prensista, que es quien maneja la máquina de offsett, pero eso no lo cautivó para nada, porque estar en un lugar fijo, nunca fue su deseo.

Sus vicisitudes en la calle, la montaña, hasta las primeras fotos del viaje al altiplano, lo arrojan a estudiar foto en el instituto Fotoarte. Al egresar no se motiva por trabajar en ningún medio, no le interesaba en ese tiempo.

–¿Cuándo asumiste que te gustaba la foto arte?

– A un fotógrafo le cuesta decir que es artista, a la gran mayoría nos pasa eso, porque es un oficio que se relaciona con la prensa y la fotografía utilitaria. Por eso pasarse a la otra mirada, que es una transición a lo propio nunca es fácil. Porque para aspirar a tus propios proyectos, registrar imágenes autorales, cuando andas viajando por Latinoamérica o Europa a pedido de otro, de tu jefe, es muy difícil mirar para el lado.

– Independiente a eso, ¿has expuesto tu trabajo?

– Sí, en varias oportunidades. Con la AFI participé solo en exposiciones colectivas, porque no me sentía con tantas herramientas. Recién ahora estoy dedicado a lo mío.

– La AFI hizo un trabajo fundamental registrando lo que pasó en dictadura.

– La AFI empezó en los ochenta, me acuerdo de haber pasado por la calle San Diego y ver a unas personas colgando fotos dentro de un local chiquitito. Me acerqué, pregunté y me incorporé. En un comienzo exponíamos y cuando empezaron las protestas el 83, la AFI se volcó a la calle con un montón de fotógrafos registrando todo lo que pasaba.

– Fue un registro, que con los años adquirió relevancia histórica, ¿esa épica de la foto noticia, vendrá de la guerra de Vietnam?

– Exacto, rescatar el hecho con una mirada autoral. La AFI ya tenía esa mirada, una exigencia de la agrupación que venía de un reporterismo a nivel mundial. Algunos lo hicieron muy bien, cuando se separaron de registrar solo los palos y los golpes y registraron otras cosas, porque interesaba esa mezcla, como algo personal, épico y de mucha valentía.

– Se arriesgaba la vida también. ¿Saliste a la calle, estuviste en peligro?

– Estuve metido mucho tiempo, sin conciencia de que lo que estaba registrando iba a ser histórico y de que todo lo que vivíamos en la calle bajo una represión feroz, era parte de la vida de ese entonces, con un peso gigante encima y del que a veces no éramos conscientes. Agarraba una moto chica que tenía y salía con toque de queda porque no aguantaba o me quedaba en unos bares en San Diego, por allá perdido, esperando que pasara el toque de queda, fue una mezcla muy rara lo que vivíamos, no sé, quizá hubo gente que fue más militante, porque tenían mayor conciencia de que esta cuestión era brutal. En un minuto nos dimos cuenta de que no era un juego, cuando presenciamos la desaparición de gente todos los días, que la poca información que había era por las fotos, develando que se vivía una represión feroz. En algún minuto nos preguntábamos, si esto no iba a terminar nunca, llevábamos años y no paraba.

Lo que pasó con Rodrigo Rojas y Carmen Gloria Quintana, le podría haber pasado a cualquiera de nosotros. Muchas veces salíamos en caravana con dos o tres autos y partíamos a La Victoria, no íbamos solos. Igual llegaban milicos, se bajaban y disparaban y teníamos que arrancar. Eso pasaba todos los días.

EL MERCURIO

– Rodrigo Rojas fue un ejemplo de lo que arriesgaban los fotógrafos en ese tiempo. De eso ha pasado toda una vida. En ese proceso, háblame de cómo entras a la prensa.

– Tenía un amigo fotógrafo, el Pato Baeza, que trabajaba en la Revista del Domingo de El Mercurio. Uno de esos días me lo encontré en la calle y me contó que se iba de vacaciones, que fuera a la revista para que lo reemplazara, estuve un tiempo y cuando regresó me dejaron trabajando. Con el tiempo, en pleno boom de viajar, la revista de ser un magazine cambió a una revista de viajes. Entonces, designan al Pato ahí y me encomiendan viajar por todo Chile durante un par de años, mientras el Pato viaja fotografiando Europa. Después se intensificó el trabajo, porque había mucha demanda. Volábamos constantemente con un periodista y alojábamos en buenos hoteles, había recursos, si tenías que arrendar una lancha para ir a tomar una foto, lo hacías, todo funcionaba.

–¿Te interesó el periodismo?

– Absolutamente, porque ambos registrábamos un mismo punto desde distintos ángulos, de ahí salieron periodistas fotógrafos, y yo escribí algunas cosas, entendí el reportear. Para la foto, me gustaba llegar sin tanta información al lugar que iba, porque hay fotógrafos que les encantaba saber lo que han hecho otros para no hacerlo. A mí me gustaba ir a lo que venga.

–¿Crees que el periodismo está vinculado a la verdad?

– No. De hecho la fotografía tiene más valor. Antiguamente la fotografía valía más que lo que escribiera alguien, era verídica, porque cuando mostrabas un negativo, no era copiable, no había otro, se hablaba de una realidad casi absoluta.

– Cuando estuviste en El Mercurio, ¿hiciste alguna exposición?

– Sí, se llamó Chile X Encargo, una muestra individual, que presenté en el Centro de Extensión de la Universidad Católica. En tiempos que aparece la gigantografía digital, imprimí veinte plotter sobre papel. A años luz de hoy, que imprimo sobre papel de algodón libre de ácido, con un plotter de inyección a tinta con hartos negros, con unas saturaciones de tono preciosas, impresiones que pueden durar 50 años.

El 2021, publiqué un libro que se llamó Hijos del Viento, fue un viaje a las Islas Malvinas donde fotografié la reserva de animales marinos más grande del archipiélago. Un lugar increíble, con acantilados maravillosos.

–¿Qué pasó contigo después en la Revista del Domingo?

– Estuve un año y medio, porque la revista cambió el sistema, ya no había fotógrafos exclusivos. Entonces me llamaron de la revista YA, porque la directora de la Revista del Domingo se fue a la YA. Hice moda y retratos. Ahí estaba Leo Vidal, Pancho Pereda, Ulises Nilo y Jordi Castell, todos hacían moda.  En los 2000 trabajé en la revista Platos y Copas, ocho años, haciendo gastronomía, vino y comida. Era una más de mis pegas de fotógrafo. En Platos y Copas, recorrí cientos de viñas, algunas chicas que antes no existían, que vendían vino, que empezaron a tener tienda, luego un restaurante. Ahí vi un crecimiento económico, nunca se volvió a ver el nivel de plata de ese tiempo. Se abrieron muchos restaurantes, fue interesante. Me hubiese gustado retirarme un poco antes del mundo gastronómico, de esas revistas. El fotógrafo idealmente tiene que especializarse para que te empiecen a llamar. Hice diversas temáticas, tuve un estudio con amigos, donde hicimos publicidad. Me hubiese interesado haber cortado con algunas pegas, para haber explorado otros mundos.

NUNCA FUE UN PARAÍSO

A sus 21 años sucede una tragedia, su hija Isadora, muere de una septicemia a los cuatro años. La muerte de su hija, suma dos eslabones rotos, en momentos precisos de su vida. Lo que explica el blindaje espiritual, súper necesario para poder sobrevivir.

–¿De qué manera saliste adelante?

– Ese duelo está más resuelto con la vida, pero es un dolor para siempre. Quizá otros no puedan vivir o se quiebran, no sé lo que le pasa a la mayoría. En mi caso, continuó la vida y pude salir adelante con la compañía de mis otros hijos.

EL DERRETIMIENTO DE LOS GLACIARES

–¿Es de súper hombre subir a un glaciar?

– No, es el estar ahí. Eso es lo interesante de la foto, tú estás viviendo pero aparte también estás haciendo click. Es una doble pega, no eres solamente el que sube. Tenía el propósito de registrar eso visualmente y de una manera diferente a la postal. Fue un ejercicio de aprendizaje y experiencia subir a un glaciar, moverse, estar ahí y hacer la foto.

– En el concepto de esta exposición, pasar el límite, desafiar la montaña, ¿se refleja eso?

– Claro, pero al final lo que muestra la exposición es otra cosa. Existen conceptos que trabajé con la curadora Carla Moller, llegando a la conclusión de que aquí no hay fotos escalando, ni de lucha, que es inevitable contarlo, porque es algo que viviste, pero la muestra se orienta en otro sentido.

– Eso de desafiarse, cuéntame de esa parte, aunque no esté en la foto.

– Eso a mí se me hace fácil, sé que hay que estar preparado y bien alimentado y que tienes que ir a tu ritmo mientras la montaña te lo permite. Puedes querer llegar más allá pero, una vez estábamos en El Plomo y se empezaron a desprender rocas, una le cayó a mi hijo y nos fuimos, fue imposible seguir.

–¿Tienes la muerte al frente, cómo te relacionas con ella?

– La muerte la puedes tener aquí mismo. Tengo olfato, porque me he caído en cosas más chicas anteriormente, no soy un andinista, no tengo conocimientos. Bueno, hice un curso de glaciología para entender lo que es un glaciar, cómo se mueven, cómo se llenan, se estabilizan y después se vacían, es un ciclo permanente. Los que más se resquebrajan y se rompen son los que más agua tienen por debajo, porque se van agrietando. Hay glaciares que encuentras con lagunas, porque se derriten y forman un pozo.

No he sentido peligro, porque me aseguré con gente de alta montaña, tuve suerte. Si bien el tema de los glaciares no era llegar a las cumbres, mi intención era llegar arriba del glaciar.

– En el tema del cambio climático, con los científicos que fuiste ¿qué tan complicado estamos?

– No, ¡está la cagá! Al principio pensaba que como son cíclicos, los glaciares siempre se están moviendo. Lo que pasa es que el cambio climático aumentó el derretimiento, pero los que tienen mayor problema son los que están acá en la Zona Central, pegados a las mineras. El problema es su retroceso, los del sur no tanto, por el clima frío, pero de hecho hasta la Antártida se está derritiendo aceleradísimamente. Los glaciares de la Zona Central, desde los años 60 empezaron un derretimiento acelerado. Igual todos han retrocedido una buena cantidad de kilómetros.

–¿La exposición consta de cuántas fotos?

– 43 y son de un metro y medio por uno las más grandes. Estoy feliz, no quiero más, ha sido un proceso y han pasado miles de cosas. De partir así con un vamos, de estar en los glaciares, después me gané el Fondart, nunca había participado en un Fondart. Han hecho algunos artículos por ahí, fui a exponer sobre el tema al sur también. A lo mejor la muestra se exhibe en Punta Arenas. El Fondart financia esta exposición, los viajes los financié yo. Fue una iniciativa propia, me llegaron unas lucas, no sé cómo lo hice. Durante estos años pagaba mis cuentas, mi familia, mis cosas y dejaba algo para un viaje, ahí salía, después organizaba otro.

–¿Caminaste por arriba?

– Sí, por muchos y hay grietas, algunos son lisos, gigantes, (me muestra fotos), ese es el Pala Kenkeshen, un glaciar en Tierra del Fuego, que significa “la roca que toca las nubes”. Esta foto mide cuatro metros y se expone dividida en dos. Se ve la piedra, porque en parte se derritió, pero más allá hay glaciar que es una montaña gigante, un hielo heavy lleno de cuevas.

–¿En tus reflexiones pensaste que bajo el hielo, podía corresponder a una época donde quizá no existió el hombre?

– Absolutamente, sí, imagínate aquí (me muestra otra foto), después esto se cubrió entero. Cuando tú estás aquí, en este silencio, en esta energía que es brutal, pasan y piensas todas las cosas que quieras, (me muestra más fotos) Ahí vamos caminando sobre el hielo, se ve una lengüeta glaciar de frente a otro glaciar cayendo gigante. Mira, este torrente de agua pareciera que se congeló instantáneamente y quedó inmóvil. Mira, esta es una quebrada, una cuenca que se inundó y ahí quedó y se va moviendo hacia abajo. Son puras grietas gigantes. El peso del cerro encima lo va erosionando. En esta foto todo era glaciar, de aquí a acá era puro hielo. El agua se va quedando en las cuencas metida. Cuando se habla de ventisqueros, algunos quedan colgando, otros llegan al mar. Mira, ese es el glaciar Pirámide, muy afectado, lleno de ríos y aguas subterráneas. Mira, esa es la Laguna San Rafael, ahí se ve un témpano que se hundió y está surgiendo, cayó, se dio la vuelta y está reflotando.

– Estando en esos espacios inmensos, ¿el hombre es nada?

– Es nada. He estado en la montaña caminando sus distancias, viendo sus proporciones, y estando en la naturaleza me di cuenta de que la Tierra es inmensa, sin embargo, uno se pregunta, si por eso no le va a pasar nada. Con todo lo exigido que está el planeta es imposible que no cambie.




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